El glifosato es un herbicida no selectivo de amplio espectro, desarrollado para eliminación de hierbas y de arbustos, en especial los perennes. Es un herbicida total. Se puede aplicar a las hojas, inyectarse a troncos y tallos, o asperjarse a tocones como herbicida forestal.

Recientes estudios de toxicidad revelaron efectos adversos en todas las categorías estandarizadas de pruebas toxicológicas de laboratorio en la mayoría de las dosis ensayadas: toxicidad subaguda (lesiones en glándulas salivales), toxicidad crónica (inflamación gástrica), daños genéticos (en células sanguíneas humanas), trastornos reproductivos (recuento espermático disminuido en ratas; aumento de anomalías espermáticas en conejos), y carcinogénesis (aumento de la frecuencia de tumores hepáticos en ratas macho y de cáncer tiroideo en hembras), así como nacimientos prematuros y abortos, mieloma múltiple y linfoma non-Hodgkin (dos tipos de cáncer).
En Canarias las empresas contratadas por las instituciones para el cuidado de parques, jardines, o incluso espacios naturales, utilizan herbicidas, especialmente glifosato. Estos productos se vierten muchas veces cerca de colegios o de parques infantiles con el consiguiente peligro para los niños, para el resto de viandantes, y para los operarios que tienen que manejar este tipo de veneno.
Debemos remontarnos a hace ya algunos años, para recordar el uso indiscriminado en la agricultura del DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), un compuesto químico que se utilizó en los años 50 y que más tarde se demostró que era altamente perjudicial para la salud de los humanos, al acumularse en las cadenas tróficas. Sin embargo, en lugar de haber aprendido de esta experiencia, y haber evitado la exposición a productos químicos que afectan a la salud pública, hemos seguido apostando por su utilización, ampliándola a espacios públicos e incluso a espacios comunes especialmente sensibles, como los lugares en los que juegan o estudian niñas y niños.
En el caso del glifosato y de otros herbicidas con estos compuestos, habría que aplicar el llamado principio de prevención y prohibir su utilización para evitar daños mayores en el futuro.
Llegados hasta este punto, habría que hacerse algunas preguntas: ¿tenemos derecho a jugar con la salud de nuestros hijos y de futuras generaciones? ¿Cuándo aprenderemos a evitar problemas antes de sufrirlos? Como decía un programa de televisión de mi niñez, “más vale prevenir que curar”.